KAKUMA, Kenia — Los animales salvajes deambulaban a la noche. Pero Rose Peter y los otros 19 niños con los que estaba aún dormían afuera. Durante el día, caminaban. “Una semana”, Rose me dice cuando le pregunto cuánto tiempo llevó el viaje. Dice que comenzaron solos desde Sudán del Sur a Kenia. (Sus padres llegaron más tarde). Esto fue en 2014. Desde entonces, Rose ha vivido en el campamento de refugiados de Kakuma.
JOERG BOETHLING—ALAMY PHOTO STOCK. MAPS BY JOE LEMONNIER FOR TIME FOR KIDS“Había guerra en mi país”, dice Rose a través de un traductor. De hecho, la guerra civil aún arrasa Sudán del Sur. Estamos parados cerca de un grupo de hogares con paredes de barro. “Espero que después que termine la escuela, mi vida cambie completamente”, dice Rose. Rose, de 18 años, es una refugiada. Un refugiado es una persona que ha escapado de su país debido a una guerra. Un refugiado puede escapar por miedo a la persecución debido a su raza, religión o nacionalidad. La opinión política o membresía en ciertos grupos sociales también pueden jugar un papel. Un acuerdo de las Naciones Unidas (ONU) de 1951 define el término de refugiado. Además, establece los derechos de los refugiados. Estos incluyen el derecho de los niños a la educación.
En marzo, viajé a Kakuma con UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Deseaba aprender cómo se siente para los niños refugiados vivir y asistir a la escuela en el campamento. Los refugiados se quedan en el Centro de Recepción Kakuma cuando llegan por primera vez. Ahí, conocí a Jackson de 15 años. Vino de Sudán del Sur sin su familia. En una huerta, Alice de 11 años, me mostró sus plantas de frijoles. En el Centro Furaha, los niños jugaban en columpios. En el idioma kiswahili de Kenia, furaha significa “felicidad”. La mayoría de mi tiempo, sin embargo, lo pasé con los niños en las escuelas.
En el salón de clases
En la Escuela Primaria Mogadishu, niños en uniformes a cuadros azules y blancos llenan un patio de tierra rodeado de salones de clases. Una niña arrastra un círculo de tela roja. Se usa en un juego de saltar la cuerda. Niños pequeños comen crema de avena de tazas rojas de plástico. Un trabajador se para al lado de un fuego crujiente y una olla burbujeante con frijoles y maíz, githeri. Es el almuerzo para los 21 maestros de Mogadishu.
RODGER BOSCH FOR UNICEF USAEl director Pascal Lukosi me recibe en la oficina. “La inscripción aumenta cada vez más”, dice. En este día, la escuela tiene 2,815 estudiantes. Rápidamente hago la cuenta: un maestro por cada 134 estudiantes. La congestión es común en las escuelas de Kakuma. En promedio, hay un maestro por cada 100 estudiantes.
Es también común en Kakuma encontrar estudiantes de varias edades en un mismo salón de clases. Típicamente, los estudiantes de escuela primaria tienen entre 6 y 13 años de edad. “[Pero] debido a que Sudán del Sur es una ciudad de guerra, no asisten a la escuela a la edad apropiada en su país natal”, dice Lukosi. Los niños caminan a la escuela. Para algunos, el viaje les lleva más de una hora de ida y otra de vuelta.
Enfrentar desafíos
Kakuma tiene 21 escuelas primarias. Bhar-El-Naam es una de solo dos para niñas. En la tarde, me reúno con cinco estudiantes alrededor de un escritorio angosto de madera. Pregunto qué hacen usualmente después de clase.
RODGER BOSCH FOR UNICEF USA“Yo busco agua y lavo utensilios y ropas”, dice Njema Nadai Ben, de 12 años. Los hogares no tienen agua corriente, y los refugiados deben caminar hasta una de las 18 perforaciones, o pozos, del campamento para obtener agua.
¿Y qué pasa con las tareas escolares? “No tenemos luz para leer a la noche”, explica Rachel Akol Dau, de 17 años. Pero Rachel y otros niños encuentran la manera de estudiar. “Enciendo un fuego”, dice. “Esto me da luz”. Ella agrega: “Deseo cambiar el futuro de mi familia”.
Jessica Deng, de 21 años, enseña matemáticas en Bhar-El-Naam. Es también una estudiante antigua, nacida y criada en Kakuma. “Nada es sencillo en este campamento”, dice. Especialmente para niñas. “[A algunas] les dicen ‘no vayas a la escuela’. A otras les dicen: ‘Haz esta tarea antes de ir a la escuela’”. Y a pesar de esto, “vienen la escuela”, dice Deng. “Son muy entusiastas”.
JAIME JOYCE FOR TIME FOR KIDSRecursos limitados
El campamento de Kakuma abrió en 1992. Cubre seis millas cuadradas en el noroeste remoto de Kenia. (Ver el mapa en la página 5). El asentamiento Kalobeyei cercano abrió en 2016. Juntos son el hogar de casi 186,000 personas de 19 países. Estos incluyen Sudán del Sur, Somalia y Etiopía. Casi el 60% son niños.
JAIME JOYCE FOR TIME FOR KIDSMohamud Hure es un oficial de educación de la ONU en Kenia. “Los refugiados consideran a la educación una prioridad alta”, dice. “Pero los recursos son muy limitados”.
En la Escuela Amigos de Kalobeyei, hay 37 maestros y casi 6,000 estudiantes. Se apiñan hombro a hombro en salones de clases temporarios construidos de chapas y alambre. “Nos sentamos en la tierra, sobre un tapete”, me cuenta el estudiante Jonathan Kalo Ndoyan de 17 años. “Cuando llueve, no tenemos un lugar donde sentarnos”.
Los libros de texto son difíciles de conseguir. En Amigos de Kalobeyei, 18 estudiantes comparten un libro.
Hacia el futuro
La Escuela Secundaria para Niñas Morneau Shepell es una de las seis escuelas secundarias en Kakuma y Kalobeyei. Una compañía en Canadá la financia. Aquí, 352 estudiantes tienen 17 maestros. “La escuela está aquí para dar [a las niñas] un lugar seguro”, dice Hure.
En un salón de clases, las estudiantes cuentan a los visitantes qué desean ser cuando crezcan. Maestras, abogadas, ingenieras y pilotos son profesiones populares.
Nawadhir Nasradin, de 16 años, desea ser una poetisa. Después que suena la campana, ella recita uno de sus trabajos. Finaliza con estas palabras: “La educación empodera”.
Este es mi último día en Kakuma. Pienso en Rose, la niña que conocí mi primer día. Ella desea ser una doctora. Sueña con volver a un Sudán del Sur pacífico. Este año, tomará el examen nacional keniano requerido para graduarse de la escuela primaria. Le pregunté a qué escuela asiste. Se llama Esperanza.
Cómo puedes ayudar
RODGER BOSCH FOR UNICEF USAMás de la mitad de los casi 22.5 millones de refugiados del mundo son niños. UNICEF trabaja para protegerlos.
Los kits de UNICEF (mostrados a la derecha, los cuales se usan en la Escuela Amigos de Kalobeyei en Kenya) son una manera de asegurarse que los niños refugiados reciban una educación. Los kits contienen los útiles escolares básicos, incluyendo libros, lápices, tijeras y bloques para contar.
“Cada vez que pueden usar estos kits, se ponen muy contentos”, dice Songot Paul, director de la Escuela Amigos de Kalobeyei. “Se motivan para aprender más”.
¿Te gustaría ayudar a los niños refugiados? Visita unicefusa.org/tfk para donar. Un poquito da mucho: $14 es suficiente para 40 cuadernos, 40 pizarras y 80 lápices. Tú también puedes ayudar participando del programa Kid Power de UNICEF. Visita unicefkidpower.org.